Briana Foust
Mientras veía a Rafael Nadal intentar completar el tercer set de la final masculina de Roland Garros a la vez que resistía un calambre en su mano izquierda, de repente, comprendí algo que me impactó: cada pequeño detalle debe darse para que un jugador encuentre el santo grial del tenis, también conocido como ganar un gran título de grand slam. No puede haber ningún accidente.
Ningún conductor ebrio, como el que frenó a Thomas Muster, ni un fanático desequilibrado, como el que interrumpió el curso de la vida de Mónica Seles. No puede haber ninguna lesión, como las muñecas vulnerables de Juan Martín Del Potro o ninguna distracción que pueda causar algún problema personal. Ni siquiera se puede sufrir un lapsus de concentración porque eso le abre la puerta a rivales hambrientos que siempre están trabajando para mejorar.
De alguna manera, Rafael Nadal ha logrado, una vez más, hallar un refugio en pleno ojo del huracán. Por undécima vez ha encontrado el punto ideal para salir victorioso en París. Atribuir las palabras “undécimo título de grand slam” a cualquier jugador en la Era Abierta del tenis es francamente absurdo. Si restamos sus otros seis títulos en los demás torneos grandes, Nadal aún estaría en la lista de los mejores de todos los tiempos del tenis masculino.
Se puede decir que Nadal ha sido uno de los mejores tenistas de la historia durante casi una década antes de su hazaña del domingo, pero su dominio total en esta superficie se siente más como un principio en vez de un final que solo Nadal puede vislumbrar.
Desde que cumplió 30 años, Nadal ha acumulado un récord de 50-2 en toda la temporada de cancha de arcilla europea y ha ganado 114 sets contra apenas 9 de su competición. Su récord de por vida en Roland Garros es ahora de 86 victorias y 2 derrotas. Ha ganado todos los Roland Garros, Madrid, Roma, Barcelona y Monte Carlo. Defendió su título como el campeón de Roland Garros de mayor edad y solo perdió un set en París este año. Entonces, ¿se ha debilitado la competencia o, de alguna manera, Nadal ha subido aún más su nivel?
Desde su juventud, Nadal ha sido reconocido por su capacidad de jugar punto por punto. Acepta, digiere y prepara, consciente de que después de cada punto de gran intensidad, deberá repetir ese proceso una y otra vez. Aunque yo, como observador externo, creo que su cualidad más digna de estudio es su incansable deseo de mejorar cada día. Nadal no parece un jugador en constante búsqueda de la perfección. Es más como uno de esos personajes extravagantes que vemos en la televisión que viven preparándose para el fin del mundo. Esas personas se la pasan adquiriendo nuevas herramientas para enfrentar un apocalipsis que tal vez nunca llegue, como tampoco llega esa derrota inminente que Nadal lucha por apartar de su mente.
De manera increíble, a sus 32 años, Nadal sigue mejorando. A lo largo de los años, ha reajustado su posicionamiento en la cancha, su rutina de servicio, la dirección y colocación de su saque y, finalmente, su revés. Carlos Moyá, entrenador de Nadal, afirmó que la agresividad constante era el objetivo en esta temporada de arcilla. Nadal estaba decidido a demostrar que su revés estaba en su punto: tuvo 40 tiros ganadores de revés al llegar a la final en comparación con los 31 del año pasado. Incluso, la calidad de su revés parece tener más utilidad ahora pues contrarresta debilidades que jugadores como Novak Djokovic estaban empezando a encontrar en su juego.
Así que es cierto, Nadal ha subido de nivel. Mientras que su mayor rival sobre tierra batida es alguien que apenas hoy puede decir: “Todavía recuerdo cuando ganaste aquí por primera vez en 2005, tenía 11 años y lo veía por la televisión. Jamás creí que algún día llegaría a la final acá”.
Tras el elogio de Thiem, Nadal lloró con la Copa de los Mosqueteros en sus manos por undécima vez. La suerte que se necesita para construir un campeón, no en relación a ningún punto de este partido, sino en términos de evitar un problema mucho más grave con el calambre en la mano. El alivio se sintió inmenso.
Rafael Nadal podría haber sido cualquiera de nosotros y algún día será un civil como uno de nosotros. Los aficionados al tenis tienen la suerte de ser testigos y partícipes de otra demostración de grandeza que será recordada por el resto de la historia.